martes, 23 de marzo de 2010

100 años de Akira Kurosawa


Hoy se cumplen cien años del nacimiento de uno de los directores más influyentes de la historia del cine, Akira Kurosawa. Como además de este hecho también resulta ser uno de mis directores favoritos (sí, soy así de típico) he decidido dedicarle esta primera entrada tras mi prolongada ausencia.

El domingo, para en cierto modo celebrar esta fecha, pude ver por fin una de mis películas pendientes del cineasta japonés, Ran (). Algunos consideran esta película, si no necesariamente su mejor, sí el punto culminante de su carrera. Personalmente soy más aficionado a sus películas de los años cincuenta, pero Ran es, no obstante, algo cercano a la obra maestra. Kurosawa realiza de nuevo lo que muchos japoneses le habían recriminado en el pasado, la adaptación de una obra occidental, en este caso El rey Lear de Shakespeare (de quien ya adaptara Macbeth en Trono de sangre). Y sin embargo es imposible separar esta obra de su origen oriental. Si bien se ha hablado muchas veces de la relación entre la obra de Kurosawa y el teatro Noh, aquí se percibe en el kabuki, el otro gran teatro japonés, una referencia directa para el personaje de Lord Hidetora, con su exagerado maquillaje y sus gestos afectados. Y es una elección muy acertada teniendo en cuenta como se centra la historia en este personaje y los reveses que va a sufrir. El contraste con el resto de personajes no hace sino remarcar las diferencias dentro de la historia. En ella se nos cuenta como Hidetora decide abdicar dejando el control de sus dominios en manos de su hijo mayor Taro, y los dos castillos secundarios a sus otros dos hijos, Jiro y Saburo. Saburo, en una forma brusca, muy impropia de su alto rango, sobre todo en una sociedad japonesa medieval, le advierte a su padre del peligro en esta decisión. Su padre, enfadado, le repudia. Pero Saburo será el único hijo que se mantenga fiel a su padre y en seguida Taro y Jiro empezarán a conspirar entre sí y uno contra otro para conseguir el poder.

La poderosa trama de Shakespeare se ve reforzada por el siempre imponente estilo visual de Kurosawa. Además y a pesar de haber realizado la mayoría de sus grandes obras en blanco y negro sorprende el magnífico empleo del color que realiza Kurosawa en esta película, dotándola de una increíble y a veces brutal belleza, especialmente en las escenas de la gran batalla, donde el rojo brillante de la sangre parece saltar de la pantalla. En esta escena emplea además un estilo peculiar en el que vemos todo acompañado de una música suave sustituyendo al sonido de la batalla, que desaparece durante unos minutos, provocando un contraste con las imágenes, dándole un toque melancólico, triste (algo así como lo opuesto a lo que hizo Kubrick en La chaqueta metálica). Porque al final no se trata de una película épica, sino de una tragedia personal donde lo que importan son los personajes que lo viven. Las batallas pasan a segundo plano, a pesar del tiempo que se les dedica en pantalla, y lo que queda es una agonía personal de culpa de Hidetora por los errores con sus hijos y por las atrocidades que había cometido años atrás. Al final un mensaje tan desolador como el paisaje que marca el último y magnífico plano del filme.

Hay que decir que esta película fue realizada en los últimos años de la vida de Kurosawa, cuando en Japón no conseguía encontrar inversos para sus obras. A pesar de ello ésta fue su película más cara, y eso se nota en el increíble diseño de producción.

Pero parece que los problemas financieros siguen persiguiendo a Kurosawa. Hace unos días salía a la luz algunos desfalcos realizados en la Fundación Akira Kurosawa en los que al parecer estaba involucrado su hijo Hisao, lo que de momento ha hecho que queden en suspenso algunos actos de celebración del centenario. Un triste corolario para el que es por derecho propio el director japonés más importante del siglo XX.